Después de mucho tiempo sin disparar en las calles de Sevilla, volví a la ciudad de las mil y una fotos.

Desde Torneo hasta el paseo de las palmeras, Sevilla es fotografía urbana de la sencilla. No me refiero a esa fotografía apetecible a la caza de sombras y luces sin más, para ofrecer una estética minimalista.

Es la ciudad de las historias, como el cuento de Alibaba con el mismo (o más) número de ladrones. Entre ellos, yo, el ladrón de los robados pero sin que los sujetos se den cuenta.

Siempre he intentado intervenir lo menos posible con los sujetos en cuestión, raras veces miran mi pequeña cámara que disimulo entre mis manos haciendo que el objetivo asome entre el dedo índice y corazón.

La Plaza de España ha sido de especial interés en esta ocasión y recordé lo impresionado que estuve cuando la vi la primera vez, impresión que se observa en las miradas y gestos de los cientos de turistas que se pueden contar en un parpadeo en este pequeño paraíso situado en el Prado de San Sebastián.

Siempre ha sido una ciudad muy turística, especialmente en verano. Época en la que los sevillanos abandonan sus casas y barrios para buscar refugio en la playa (los que pueden).

Así, Sevilla queda rendida a los pies de los ingenuos y desinformados turistas que se encuentran con 50ºC a la sombra… pero también los hay que buscan expresamente esa climatología, ¿turismo de aventura/riesgo?.

La amo tanto como la odio, eso es así. Pese a no poder ir con la frecuencia que a mi me gustaría, siempre la llevo en el corazón. Recordando todo lo que en ella he aprendido y olvidado.

La noche cae sobre Sevilla, iluminandose sus construcciones más elevadas. Haciendo surgir de un llano de edificios de la misma altura, iglesias que destacan entre el alrededor.

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